Domingo 11 enero 2009
Mc 1,7-11
Tú eres mi Hijo
La Iglesia reconoce tres manifestaciones públicas de la gloria de Cristo, tres «epifanías». Dos de ellas son en bene-ficio del pueblo de Israel y son las que permiten a sus após-toles afirmar: «Hemos contemplado su gloria, gloria que reci-be del Padre como Hijo único» (Jn 1,14). La primera de estas epifanías ocurre cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán. La segunda ocurre en las bodas de Caná cuando convir-tió el agua en vino: «Manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11). La tercera ya no es en beneficio de Israel, sino de unos magos venidos de tierras muy lejanas de Oriente quienes guiados por una estrella llegan a Jerusa-lén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha na-cido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo» (Mt 2,2). Esta última manifestación es la que se apropia el nombre de «epifanía» y se celebra como solemnidad el 6 de enero (en nuestro país se traslada al domingo).
Este domingo celebramos la fiesta del Bautismo de Jesús, es decir, de la primera de esas epifanías. El Evangelio de Marcos se abre con la presentación de Juan: «Apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conver-sión para perdón de los pecados» (Mc 1,4). Se prepara un hecho público de gran magnitud, pues el Evangelio sigue di-ciendo: «Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán» (Mc 1,5). Juan ya era un gran personaje que atraía a esa mul-titud. Pero, si él se pone como punto de comparación con el que se espera el resultado es este: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias». En comparación con el que viene Juan es menos que un esclavo, al cual corresponde el humilde oficio de desatar las sandalias de su señor. Para expresar la magnitud de esa diferencia agrega: «Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo». Entre el agua y el Espíritu Santo la distancia es infinita.
En este escenario se va a presentar Jesús: «Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán». Obviamente, Juan todavía no conoce quién es Jesús, pues si no es digno de desatar sus sandalias, mucho menos lo es de bautizarlo. ¡Y lo bautizó! Pero entonces ocu-rrió la epifanía: «En cuanto salió del agua vio que los cie-los se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”». Según este Evangelio la vi-sión del cielo abierto y del Espíritu en forma de paloma la tiene solamente Jesús; pero la voz del cielo la oyeron todos. Esa voz manifiesta a Jesús, expresando su relación con Dios: ¡Es su Hijo amado y complace plenamente a su Padre! Contrasta con todos los hombres que, con el pecado, hemos disgustado a Dios. Este Hijo de Dios, que es hombre verdadero, consigue que Dios nos devuelva su complacencia, que Dios adopte a los hombres como hijos.
Este efecto lo obtiene «bautizando con el Espíritu San-to», como afirma San Pablo: «Ustedes recibieron un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: “¡Abbá, Padre!”» (Rom 8,15). Este Espíritu lo puede enviar sólo Jesús de junto a su Padre. Es el fruto de su muerte y resurrección: «Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a us-tedes el (Espíritu) Paráclito; pero si me voy, yo se lo en-viaré» (Jn 16,7). Entonces Dios nos dice: «Tú eres mi hijo».
Iglesia.cl
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